martes, 23 de febrero de 2010

Para Paula quien con una mirada es capaz de hacerme feliz, estas son sus cuatro palabras:



ruido - chiste - déjà vu - taquicardia

Tercer relato. Ahora toca sorprender. Quiero escribir algo diferente, algo que no haya hecho. Un relato único. Incomparable. Cada vez será más difícil y eso me gusta. Ayer soñé que no era capaz de usar las cuatro palabras y que esto no tenía sentido. Ríos de tinta azul corrían hacia mí y me ahogaba. Demonios cargados de falsas verdades, luces y sombras a cada paso.
Imagino un paisaje con colores en silencio. Arrastro los pies y noto los latidos en mi pecho. Rompo a correr. Una voz me llama a lo lejos. Intento alcanzarla antes de que la agonía acabe con esta extraña esperanza ¿Dónde estoy? Oculto tras mis sueños.
Calma. Huyo a refugiarme detrás del miedo. Inspecciono el pasado y me emociona mi presente. Siento como brota la alegría del vacío. Tiemblan los cimientos de la cordura y dan paso a la frágil estructura que maltrata al sentimiento. Estoy enamorado. ¿Dónde acaba el sueño y dónde empieza el cuento? ¿Estoy despierto cuándo vuelo? Jamás pensé que nadie podría hacerme sentir tanto. Ahora sé que estoy aquí por algo. ¿Ves tus cuatro palabras? Une las mayúsculas.


(texto ilustrado por Chencho)

domingo, 21 de febrero de 2010

Para David Pablo, estas son sus cuatro palabras:

Pies - pelota de ping pong - aliento – taxi

Son las siete de la mañana. Es curioso el poder que tiene una cama en relación con el tiempo, lo pronto y lo tarde que puede ser una hora dependiendo de ella, si en algo tengo fe es en que las máquinas del tiempo del futuro vendrán todas con almohada. En este caso es tarde, demasiado tarde para un martes cualquiera.
Llevo cuarenta minutos caminando por la calle, en esta maldita ciudad es imposible encontrar un taxi cuando lo necesitas. He perdido el móvil o me lo han robado, el caso es que no tengo forma de llamar a una emisora, si no me hubiese bebido los últimos diez euros ahora podría acercarme a una cabina y llamar… y llamarle a él.
Carlos hace dos meses que murió. Todavía no he dado de baja su móvil y cada vez que el dolor me vence le llamo para escuchar su voz en el contestador, a veces incluso le dejo algún mensaje, casi siempre borracha como ahora. Llevábamos suficiente como para aparecer como pareja en nuestros respectivos perfiles de Facebook, pero lo justo como para no haber cagado el uno delante del otro. Sólo le fui infiel una vez, con Mario, un chico alto y desaliñado con esa pose de yo no me arreglo pero se perfectamente que estos tejanos le van genial a esta camiseta de The Cure y que al final resultó ser un enfermo al que le gustaba meterse pelotas de ping pong por el culo mientras me lo follaba. Jamás le conté nada a Carlos y jamás volví a ver a Mario.
Carlos me quería y yo le quería a él, no de esa forma que se quiere en las películas ni en las canciones, nos queríamos en singular. Nunca fuimos nosotros ni nos prometimos una vida juntos, pero él me quitaba los miedos y yo le contagiaba las ganas. Nos sabíamos nuestros secretos, le dejaba tocarme los pies y veíamos series juntos. Yo no necesitaba nada más y él no echaba nada de menos. No te paras a pensar como sería tu vida si la persona que tienes a tu lado no volviera a estarlo jamás, si tus rutinas se convirtieran en pasado de la noche a la mañana. En el colegio deberían enseñarnos a saber perder y ganar porque no estamos preparados para entender que la razón no tiene explicaciones que darle al sentimiento cuando se rompe.
Empieza a llover. Estoy cerca de mi casa pero no voy a correr. La lluvia empapa mi ropa y el pelo se me pega a la cara, si no fuera por este aliento a ruso estepario diría que estoy siendo protagonista de una película de Isabel Coixet. Grito. Grito tanto que me duele el corazón, grito de rabia, de impotencia, le grito a él por haberse ido y haberme dejado aquí. Le grito al silencio que me rodea, a la soledad que me come los rincones y a la puta necesidad de sentirle a mi lado, de oler su piel, de volver a despertarme junto a él. Jamás volveré a matar a nadie.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Para Igna, estas son sus cuatro palabras:

Furibundo - Alma - Patilla – Calcetín


Salgo de casa. Mientras espero el ascensor juego a darle vueltas a mis llaves haciendo rodar la arandela en mi dedo índice. Look at the stars, look how they shine for you… empieza a sonar el aleatorio de mi mp3 y abro la puerta de la calle dirección a clase. Me encanta cuando llevo la música tan alta que consigo imaginar que lo que suena es la banda sonora de lo que pasa a mi alrededor y de esa forma mis pasos siguen de manera inconsciente el ritmo del compás y la gente con la que me cruzo es un reflejo de la letra que escucho. El tipo de las patillas a lo Elvis que veo, mañana si mañana también, hoy tiene un día melancólico. Tengo que renovar mi música o caeré en depresión.
Entro en el metro por los pelos. Parece que es mi día de suerte y por primera vez en este mes encuentro asiento libre. La ventana esta fría, me gusta apoyar la cabeza y notar la velocidad del vagón. Cada vez me cuesta menos aguantar la mirada a la gente, últimamente me divierto buscando caras de extraños en el cristal y retándoles a bajar la cabeza. Ella lleva tres paradas sin hacerlo.
Tiene el pelo corto, más corto que yo, de ese color que no es rubio pero que tampoco es castaño. Juraría que tiene los ojos azules, pero el reflejo no es lo suficientemente nítido, sí, tienen que ser azules. Por cuestiones del azar empieza a sonar Kamikazes enamorados y casi parece que ya no estoy en el metro. Empiezo a cantar la canción sin dejar de mirarla, moviendo los labios y pronunciando cada palabra sin emitir sonido alguno. De repente ella exhala vaho en la ventana y con la mano izquierda escribe en letras mayúsculas ALMA. El vaho desaparece lentamente y con él también lo hace lo que estoy seguro que es su nombre. El metro se detiene en Hospital Clínic y ella se levanta para salir fijando sus ojos en los míos por primera vez. No dudo ni en segundo en que quiere que la siga o tal vez es Loquillo quien al grito de Cuando fuimos los mejores me anima a ir detrás de ella. Oigo a un anciano increparme furibundo algo sobre los jóvenes de hoy en día y le pido disculpas por empujarle con las prisas.
Se monta en las escaleras mecánicas de espaldas y yo justo delante la sigo mirando fijamente. Ella acaricia su nuca y muerde su labio, yo me meto las manos en los bolsillos secando disimuladamente el sudor. –Sígueme- y eso pienso hacer. Salimos del metro y andamos un par de calles hacia abajo por Villarroel. Sin previo aviso entra en un portal y nos metemos en el ascensor. Al principio juega a mirarme por el espejo, aprieta el botón del quinto y en el primero se le ocurre besarme. Su lengua es dulce, como si hubiera comido chicle de fresa durante toda la vida. Abre la puerta y me empuja dentro de casa. A mano derecha hay una habitación que deduzco es la suya, sin encender la luz nos metemos en ella y a oscuras empieza a besarme otra vez, cosa que agradezco porque hoy llevo el calcetín roto y no quisiera echar a perder la mejor historia de mi vida por una estupidez. Se divierte con los botones de mi camisa, muerde mi oreja y me arranca un suspiro. Yo le respondo besándole el cuello y acariciando su cuerpo sin prisa pero sin pausa. Poco a poco el uno desviste al otro y su sonrisa me indica que está pensando lo mismo que yo, es entonces cuando me decido a hablar por primera vez, no puedo retenerlo y casi susurrando le digo: te quiero. Ella me mira como nunca antes me habían mirado y me dice: Son cien euros.

lunes, 15 de febrero de 2010

mis cuatro palabras

Hola a todos!

En este blog se publicarán relatos cortos escritos en parte por mi y en parte por vosotros. La idea es que vosotros me propongáis cuatro palabras y que a partir de ellas escriba un texto. Gracias y animaros!