jueves, 25 de marzo de 2010

Para Jota, estas son sus cuatro palabras:


Bolígrafo, casco, motivación y ornitorrinco

WELCOME. No pensé lo triste que sería darme cuenta que lo único que me da la bienvenida al llegar a casa es el felpudo de la entrada, es por eso que decidí darle la vuelta de forma que la bienvenida me la dé al mundo y no a la soledad de mi piso. Palpo en mi bolsillo el llavero, al tacto y por inercia saco la llave que abre la puerta de casa, la introduzco y empujo levemente el pomo antes de girar a la izquierda una vuelta y media. Clack. Huele a hogar, un olor indescriptible pero único. Por mucho tiempo que haga que no vives con tus padres ese olor no te abandonará jamás, es como el olor del Mercadona, ya puedes comprar en Abrera o en L’ Eliana que al entrar siempre huele a Mercadona.
Dejo las llaves en la mesa y vacío mis bolsillos: el mechero verde de Carlos, un paquete de Nobel, mi moneda de veinte céntimos australianos con un ornitorrinco en el dorso que me regaló Emily para darme suerte antes del examen de conducir y que llevo encima desde entonces, el móvil sin tapa pero con celo, la cartera de piel que compré en Camden que mi madre se empeña en que tire de una vez, la tarjeta de visita de Josep Maria Durán agente comercial y toda la rutina que puede generar un martes. Descargo todas mis ganas de vivir en un suave movimiento descendente hacía el sofá con tanta puntería que aparco mi culo treintañero al lado del mando a distancia. La enciendo y aparece la imagen de Belén Esteban y por primera vez en el día siento eso tan común y tan secreto de alegrarme al ver a alguien que está más jodido que yo. Hago zapping sin poner verdadero interés en lo que aparece, no se si enciendo la tele como evasiva o si lo hago por tener compañía. Me paro en un programa especial de Punset sobre la motivación como arma para afrontar la crisis “¿nace la motivación en el hemisferio izquierdo del cerebro o lo hace en el derecho?” La verdad es que a mi me nace en los huevos, si tengo que precisar diría que en el izquierdo pero no voy a ser yo quien contradiga a Eduard.
Me estoy rascando la motivación justo cuando suena el teléfono. Es Laura una antigua compañera de universidad a la que no veo desde una noche en la que se me ocurrió confundir una hora y media de entretenida conversación a solas en la entrada de una discoteca con una invitación sutil a follar. Nunca se me han dado bien las sutilezas, no sé captar cuando te están dando pie o cuando estás metiendo la pata. Esa vez metí la pata y para mi desgracia fue todo lo que metí.
Resulta que se casa y ha decidido invitarme a la boda. Yo por supuesto he accedido a ir encantado, no porque me apetezca sino por pillarla por sorpresa. Laura siempre fue la típica chica a la que le gustaba demostrar que la felicidad no se consigue al lograr tus propósitos si no al hacer ver a los demás que ellos no lo logran. Es por eso que su llamada no era para invitarme si no para hacerme saber que se casa y que yo sigo soltero a mi edad. Evidentemente esperaba mis felicitaciones y alguna excusa para no ir, pero pese a mi capacidad para evitar cualquier tipo de evento social, una boda es un sitio en donde te sirven cubatas gratis.
He apuntado la fecha y la dirección en el antebrazo con el único bolígrafo que funciona en toda la casa. Me ha confirmado que también vienen Iván y Carla, Luis con su nueva novia, Fede con su marido Leo y sus inseparables amigas Sonia y Patri. Será divertido vernos a todos juntos otra vez. Comprobar lo bien amortizados que están los tres mil euros de silicona que se ha puesto Patri, hacer apuestas sobre cuanto le va a durar esta vez la novia a Luis y si por fin ha encontrado a una que sepa sumar, volver a bromear sobre el vídeo de Sonia que un exnovio colgó en internet mientras ella le hacía una mamada, reírme a carcajadas con los chistes que explican Fede y Leo sobre homosexuales y ver si Carla sigue fingiendo que es más feliz con Iván de lo que lo fue conmigo.
Carla y yo siempre tuvimos una relación tormentosa, de idas y venidas, con muchos gritos y muchos silencios, pero al fin y al cabo conseguimos ser felices así. Al final ella se cansó de mi falta de compromiso y de mi manera de entender la vida y yo me acabé arrepintiendo de querer siempre lo que no tengo y acabar teniendo lo que no quiero. Pasados unos meses me enteré que estaba con Iván y con su inseparable bote de gomina, no es que le tenga manía, es que es un gilipollas integral y a mi todo lo integral me hace cagar con regularidad, así que me he estado cagando en él desde entonces. Aunque en el fondo sepa que este montón de mierda es sólo culpa mía.
Cojo el casco de la moto y me aventuro a la calle. WELCOME, tengo que cambiar de felpudo… o de vida.



Continuará... con las siguientes cuatro palabras.


(texto ilustrado por Iñaki http://igorri.blogspot.com/)

martes, 9 de marzo de 2010

Para Erica, estas son sus cuatro palabras:

suspiro, aeropuerto, tormenta, escalofrío

Me llamo Lara. Me gustan las tormentas de verano y los colores fríos, en especial el azul. De pequeña quería ser profesora, pero he acabado opositando para administrativa en el ayuntamiento. Me encanta la galleta de los helados de cucurucho pero no soporto la carne roja. Soy la pequeña de tres hermanos pero siempre fui la mayor de mi clase, capricornio por excelencia. Suspiro demasiado y es algo que la gente no entiende y acostumbran a preguntarme qué me pasa. N-A-D-A. Prefiero la noche al día y creo que la cerveza fría debería ser considerada patrimonio de la humanidad.

Me llamo David. Me gustan las ciudades grandes y los libros de bolsillo. De pequeño quería ser mayor, ahora quisiera ser pequeño. Me encanta viajar en avión pero no soporto los aeropuertos. Soy hijo único y en mi casa siempre me tocaba a mi poner y quitar la mesa. No creo en los horóscopos pero siempre me ha hecho gracia leer cómo va a ser la semana para un aries como yo. Canto en la ducha y nunca he ido a un gimnasio. Prefiero el frío al calor y creo que la cerveza fría debería ser considerada patrimonio de la humanidad.

He conocido a un chico en un bar.

He conocido a una chica en un bar.

Se llama David. Vive en Barcelona y me ha dejado un libro de Benedetti que llevaba encima. Es un poco crío para la edad que tiene, pero me gusta su punto infantil. Acababa de llegar de Bangkok y después de hacer escala en cinco aeropuertos estaba en el bar intentando superar el jet lag. No tiene hermanos, o eso me ha dicho antes de llevarse cinco vasos en una mano hacia la barra. Es aries pero no lo parece, deberé preguntarle su ascendente. Tiene la voz grave y no le vendría mal algo de ejercicio para poner los hombros rectos. Sus manos estaban heladas. Me gusta.

Se llama Lara. Al salir del bar estaba lloviendo, se ha puesto a correr debajo de la lluvia y su camiseta azul ha quedado empapada. Trabaja cerca de Plaça Sant Jaume y me ha contado mil rincones del barrio gótico, desde la heladería Belgious hasta el restaurante vegetariano La Cerería. Tiene dos hermanos mayores, quizás por eso aparenta más edad de la que tiene. Se ha pasado la noche suspirando pero no me he atrevido a preguntarle si le pasaba algo. Parecía no querer acabar la noche nunca. Me gusta.

Lara tiene un escalofrío y piensa: “Tenemos mucho en común.”

David tiene un escalofrío y piensa: “ Tenemos mucho en común.”

martes, 2 de marzo de 2010

Para Santi, estas son sus cuatro palabras:


Tiritar, guante, pezones, mentira

Me gustan los números pares. Dos de cada seis veces que sueño, recuerdo lo que he soñado, miro mi correo cuatro veces al día y tardo en lavarme las manos veintiocho segundos exactos. El par siempre me ha acompañado. Nací el día cuatro del cuarto mes y toda mi vida he vivido en un octavo. Al principio no le daba importancia, luego me di cuenta que era una enfermedad, tengo imparifobia. Es una enfermedad muy atípica que, pese a lo gracioso de la gravedad, sólo sufrimos dos personas en el mundo.
Cuando descubrí lo que me pasaba, tenía catorce años. Siempre había sabido de mi debilidad por los pares pero jamás pensé que le ocurriese a nadie más. Era mi secreto. Empecé a leer sobre numerología e incluso me puse en contacto con un psicólogo por miedo a tener alguna especie de esquizofrenia. Estudió mi caso durante años, pero jamás encontró una explicación o una posible cura. Los síntomas eran claros, cada vez que un impar tenía contacto conmigo empezaba a tiritar y a tener sudores fríos. Si no lo solucionaba rápido me entraban náuseas e incluso alguna vez llegué a sufrir un ataque epiléptico. Decidí publicar mi caso en internet para ver si alguien me podía ayudar y fue entonces cuando conocí a Carolina.
Carolina es el caso dos, aunque siempre discutimos por quien de los dos es el segundo, evidentemente nunca hemos llevado bien eso de ganar. Ella tiene ocho pares de zapatos, le encantan los petit suisse y los documentales de animales que dan en la dos o en la cuatro. Al poco tiempo de publicar mi caso se puso en contacto conmigo, la casualidad quiso que viviera en mi misma ciudad, a dieciséis calles de mi casa. Nos enamoramos, nunca he sabido si condicionados por nuestra enfermedad, o el uno del otro, pero la cuestión es que hace más de diez años que vivimos juntos y nos hemos acostumbrado a nuestras rutinas haciendo más llevadero nuestro problema.
Cada mañana nos levantamos juntos, siempre en hora par, desayunamos y nos vamos a trabajar, no sin antes darnos cuatro besos y decirnos adiós dos veces. Yo trabajo en el Corte Inglés, en la planta de caballero sección de guantes. Allí nadie conoce mi problema, soy feliz vendiendo pares. Carolina en cambio trabaja de publicista, ¿os suena la oferta 2x1? Idea suya.
En casa todo funciona según un orden. En las comidas y en las cenas nunca hay primeros, en el lavabo siempre tenemos seis toallas y en el sofá tenemos ocho cojines para las cuatro plazas. Cuando hacemos el amor no podemos permitirnos el lujo de dejarnos llevar, todo está previamente hablado. Le pellizco los dos pezones, mientras ella me muerde las dos orejas, eso sí, siempre hacemos el amor dos veces seguidas y aprovechamos para cambiar el orden de las acciones y no caer en la monotonía. Los dos somos ateos, no es que no nos guste la religión, es que no podemos creer en un solo Dios.
Casi nadie sabe lo que nos pasa, estamos acostumbrados a la mentira como terapia para intentar hacer más fácil nuestra situación. Si alguien nos pregunta nuestra edad en año impar, mentimos; si alguien nos pide la hora por la calle en hora impar, pues ponemos acento canario y mentimos; incluso nos mentimos entre nosotros para poder seguir siendo felices y es que al fin y al cabo Carolina ha sido mi cura y yo he sido la suya. Quizás en el fondo, el miedo a lo impar no sea más que una excusa para no estar solos y lo que en realidad nos asuste sea vivir rodeado de pares siendo un impar.



(texto ilustrado por Chencho)