viernes, 14 de mayo de 2010

Para Alba, estas son sus cuatro palabras:

(es necesario leer el relato anterior)

Pitillera, recuerdos, alcaravea y despojo

Correr no es de cobardes, aunque la sensación de huir de los problemas sea más real si la unes a la velocidad. Es por eso que me compre la moto. Por eso y porque mi padre siempre me explicaba cuando era pequeño como se ligó a mi madre gracias a su Montesa, complejo de Edipo dirían unos, complejo de inferioridad dirían otros, la cuestión es tener algún complejo que te sirva como excusa en cualquier momento.
Nunca me han gustado los estereotipos, creo que el simple hecho de verme clasificado con un grupo me asusta, es como sentir una responsabilidad que nadie te ha preguntado si quieres llevar contigo. De todas formas supongo que pertenezco al grupo de lo que no se sienten identificados con ningún grupo y eso es casi más frustrante que pertenecer a uno. Sin embargo ahora me tocaba ir de boda y no sólo eso, también me tocaba volver a ver al grupo y adoptar de nuevo el rol impuesto por la inercia inconsciente que crea la amistad duradera en el tiempo.
Los días fueron pasando sin pena ni gloria y la fecha se hizo realidad en el calendario. Había cuidado los detalles de esa forma desaliñada en que lo hacemos los que somos capaces de reflejar un pasotismo previamente controlado por cada uno de nuestros movimientos. Había escogido una camisa negra, sobria y elegante y una corbata lila, informal y moderna. Me había cortado el pelo dos días antes y estaba dispuesto a afeitarme con cuchilla tal y como le gustaba a Carla y tal y como nunca me afeitaba cuando estaba con Carla. Zapatos italianos y traje gris marengo, vestido como un auténtico gilipollas es cuando te das cuenta de que lo cómodo de llevar una sudadera no es el hecho de no tener que abrochar botones si no la libertad que te da el no ver en el espejo el peso de la responsabilidad de haberse hecho mayor.
El día anterior a la boda me llamó Laura para decirme que su papá había contratado una flota de autocares para los desplazamientos y que fuera puntual, a la mierda el numerito que tenía planeado de llegar con la moto al más puro estilo James Dean. Nos recogerían en Plaza Cataluña y nos llevarían directamente al convite en Sitges, la ceremonia quedaba reservada para familiares. Llamé a Luis para confirmar la información, Laura era capaz de dejarme tirado, pero parecía que la boda había amansado a la fiera y la información era correcta. Me miré por última vez en el espejo antes de salir de casa, las palabras de mi padre retumbaban en mi cabeza: “sólo te pido que puedas sentirte orgulloso cuando te mires al espejo”. El orgullo es un sentimiento sobrevalorado. Llené la pitillera de Nobel y cogí el metro dirección Plaza Cataluña.
Si hay algo peor que llevar traje es llevar traje en el metro. Allí estaba, cogido al palo, arqueando los hombros para evitar el roce de mis axilas y concentrado al máximo para sudar lo mínimo. Nueve interminables paradas, cinco ingleses borrachos, tres niños llorones y un acordeón después había conseguido llegar. De todas las veces que había quedado delante del Zurich nunca me había imaginado que acabaría haciéndolo para ir a una boda y mucho menos a la boda de Laura. Hacía un día estupendo, veinticuatro grados que pedían a gritos ser acompañados por una cerveza fría. En otra ocasión le hubiera comprado una lata a un moro sin ni siquiera regatearle pero hoy no era el día.
Pasan tres segundos antes de que la vea. Lleva un vestido negro ajustado, tan ajustado que me cuesta respirar. Tiene el pelo más largo que nunca, a juego con las piernas. Se ha puesto unos tacones discretos y lleva uno de esos bolsos de juguete…
-¡No me lo puedo creer!- Oigo gritar a alguien. Me giro y veo a Fede con su barba perfectamente recortada lanzándome un abrazo que accedo a recoger. Detrás de él viene Leo tan elegante como siempre.
-Hola Fede, se te ve genial.- Le digo con una sonrisa.
-Calla idiota, no juegues con mis sentimientos.
-¿Aún le aguantas estas bromas Leo? Me alegro de verte.- Le digo mientras nos damos un apretón.
-Que remedio hijo, si no fuera por el tiburón que tiene entre las piernas ya le hubiera dejado hace años.
-No seas grosero cariño.- Dice Fede con un ademán gestual inconfundible en él.
-Uy! Habló la estrecha.- Dice Leo imitando su gesto.
-Veo que el tiempo no os ha cambiado.
-Ni a ti, ni a ti. ¿Te estás follando a alguien o sigues haciéndote pajas pensando en Carla?- Me dice Fede levantando las cejas a la espera de una respuesta.
-Ehhh… si me estás preguntando si he venido solo, la respuesta es sí.-Le digo saliendo del paso.
-Esta boda promete. Mira ahí está Luis con la nueva y si no me equivoco la que hay detrás de esas tetas debe ser Patri y… ¡vaya! Menudo melenón que lleva Carla, estás jodido Raúl.- Me dice Leo apoyando su mano en mi hombro.
Y es verdad que lo estoy.
Me dejo llevar por ellos dos y nos dirigimos junto al resto. En los segundos que dura el trayecto también se les junta Sonia que al parecer estaba hablando por el móvil unos metros más alejada. Enciendo un cigarrillo y doy una calada larga y lenta de esas que te dan conciencia que el tabaco mata y que lo que mejor mata es el tiempo de espera. Dejo que Fede y Leo se adelanten, no se me da bien eso de romper el hielo.
En ese momento Luis nos ve y levanta su mano en un movimiento lateral y poniéndose de puntillas pese a no tener a nadie delante. Puedo leer en sus labios como pronuncia mi nombre comentando la jugada a los demás y el resto se gira hacia nosotros al unísono. En los siete pasos siguientes me dedico tres a levantar las cejas en forma de saludo y los cuatro últimos en disimular una sonrisa.
-Hola chicos.-Digo sin demasiado entusiasmo.
-Vaya si que nos has echado de menos.- Me dice Luis guiñándome un ojo.
-Ya sabes que sí.- le digo agradeciéndole la complicidad- Y bien, ¿no me vas a presentar a tu acompañante?
-Por supuesto.- Me dice mientras coge a la chica de la cintura.- Se llama Marlene y es francesa, no entiende ni papa de español así que no te esfuerces. Cariño, este es Raúl.
-Oh! Gaúl.- me da dos besos sin dejar de sonreír, de esos besos que no te llegan a tocar con el labio.
-Encantado- le digo- Luis no sabía que hablaras francés.
-Ni yo Raúl, ni yo.
Los dos nos echamos a reír y es en ese instante cuando cruzamos las miradas por primera vez.
-Hola Carla.- le digo.
-Hola Raúl.
No intentéis jamás saludar a una exnovia con dos besos, la sensación es parecida a estar en un concierto de Metallica con un disfraz de Pocoyó.
-¿Qué tal?- Le pregunto intentando recuperar la compostura.
-Bien, ¿y tú?
Pues yo hecho una mierda, nada ha vuelto a irme bien desde que rompimos y menos sabiendo que estás con un imbécil que no sabe hacerte reír porque lo único que sabe hacer es hablar de lo lameculos que es.
-Bien, estoy bien.-digo mientras disimulo un suspiro.
-Pues yo diría que estás genial.- dice Iván con su acento catalán- ¿Has ganado peso? Afeitado se te ve bien titu, muy bien.
-Ey… Iván. Será eso “titu”.
Nos interrumpe la bocina de un autocar y se me hace imposible no tener recuerdos de cuando era niño y venía un autocar Canals a buscarnos para ir de excursión. Lo que daría por cerrar los ojos y volver a ese momento.
-Es el nuestro.-dice Luis. – Todos arriba.
Y así lo hacemos. Subimos por la puerta delantera y ocupamos las primeras plazas. Sonia y Patri se sientan juntas procurando no arrugarse el vestido y tocándose el pelo la una y repasándose el maquillaje la otra. Carla e Iván toman asiento en el lado contrario, Carla en el lado del pasillo e Iván en la ventana. Iván parece absorto con los botones del aire acondicionado y Carla está colocando su asiento en posición vertical. Luis y Marlene se sientan detrás, prácticamente ella encima de él mientras se ríen a carcajadas. Yo me siento solo y me siento solo.
En cada plaza hay colocado meticulosamente un tarjetón con el menú. Carpaccio de frutos del mar con crema de melón dulce de entrante, risotto de setas de temporada al aroma de trufa negra de primero, medallones de ibérico perfumados con alcaravea de segundo y finalizamos con un sorbete de mandarina y mango. Tan pretencioso como había imaginado. Sólo espero que el melón sea realmente dulce de verdad que no puedo cuando un melón está pepino.
Durante la media hora que dura el trayecto hasta Sitges, nos han pasado un vídeo que Laura se ha encargado de montar dando todos los detalles de cómo, cuándo y qué hacer al llegar a lo que ella misma ha llamado el “Resort”. La organización me desestabiliza, vivo tan desordenado que me agobio al verme obligado a seguir unos pasos tan milimetrados. Para mí el cuatro no siempre va detrás del tres en cambio Laura parece haber nacido para dar órdenes, su sonrisa implacable y la manera en que pestañeaba cuando tocaba darle importancia a algún punto en concreto de la explicación, no han hecho más que hacerme sentir como un despojo. Iván ha aplaudido con fuerza al acabar el vídeo pero nadie le ha acompañado.
Bajamos del autocar sin prisa pero sin pausa. Me palpo los bolsillos y veo que me falta la pitillera. Vuelvo a entrar por la puerta trasera y veo que ya no queda nadie dentro. De camino a mi asiento me parece ver a Carla todavía sentada.
-¿Qué haces todavía aquí?- Le digo.
-Estoy embarazada.



Continuará... y acabará con las siguientes cuatro palabras.

(texto ilustrado por Iñaki http://igorri.blogspot.com/) 

jueves, 25 de marzo de 2010

Para Jota, estas son sus cuatro palabras:


Bolígrafo, casco, motivación y ornitorrinco

WELCOME. No pensé lo triste que sería darme cuenta que lo único que me da la bienvenida al llegar a casa es el felpudo de la entrada, es por eso que decidí darle la vuelta de forma que la bienvenida me la dé al mundo y no a la soledad de mi piso. Palpo en mi bolsillo el llavero, al tacto y por inercia saco la llave que abre la puerta de casa, la introduzco y empujo levemente el pomo antes de girar a la izquierda una vuelta y media. Clack. Huele a hogar, un olor indescriptible pero único. Por mucho tiempo que haga que no vives con tus padres ese olor no te abandonará jamás, es como el olor del Mercadona, ya puedes comprar en Abrera o en L’ Eliana que al entrar siempre huele a Mercadona.
Dejo las llaves en la mesa y vacío mis bolsillos: el mechero verde de Carlos, un paquete de Nobel, mi moneda de veinte céntimos australianos con un ornitorrinco en el dorso que me regaló Emily para darme suerte antes del examen de conducir y que llevo encima desde entonces, el móvil sin tapa pero con celo, la cartera de piel que compré en Camden que mi madre se empeña en que tire de una vez, la tarjeta de visita de Josep Maria Durán agente comercial y toda la rutina que puede generar un martes. Descargo todas mis ganas de vivir en un suave movimiento descendente hacía el sofá con tanta puntería que aparco mi culo treintañero al lado del mando a distancia. La enciendo y aparece la imagen de Belén Esteban y por primera vez en el día siento eso tan común y tan secreto de alegrarme al ver a alguien que está más jodido que yo. Hago zapping sin poner verdadero interés en lo que aparece, no se si enciendo la tele como evasiva o si lo hago por tener compañía. Me paro en un programa especial de Punset sobre la motivación como arma para afrontar la crisis “¿nace la motivación en el hemisferio izquierdo del cerebro o lo hace en el derecho?” La verdad es que a mi me nace en los huevos, si tengo que precisar diría que en el izquierdo pero no voy a ser yo quien contradiga a Eduard.
Me estoy rascando la motivación justo cuando suena el teléfono. Es Laura una antigua compañera de universidad a la que no veo desde una noche en la que se me ocurrió confundir una hora y media de entretenida conversación a solas en la entrada de una discoteca con una invitación sutil a follar. Nunca se me han dado bien las sutilezas, no sé captar cuando te están dando pie o cuando estás metiendo la pata. Esa vez metí la pata y para mi desgracia fue todo lo que metí.
Resulta que se casa y ha decidido invitarme a la boda. Yo por supuesto he accedido a ir encantado, no porque me apetezca sino por pillarla por sorpresa. Laura siempre fue la típica chica a la que le gustaba demostrar que la felicidad no se consigue al lograr tus propósitos si no al hacer ver a los demás que ellos no lo logran. Es por eso que su llamada no era para invitarme si no para hacerme saber que se casa y que yo sigo soltero a mi edad. Evidentemente esperaba mis felicitaciones y alguna excusa para no ir, pero pese a mi capacidad para evitar cualquier tipo de evento social, una boda es un sitio en donde te sirven cubatas gratis.
He apuntado la fecha y la dirección en el antebrazo con el único bolígrafo que funciona en toda la casa. Me ha confirmado que también vienen Iván y Carla, Luis con su nueva novia, Fede con su marido Leo y sus inseparables amigas Sonia y Patri. Será divertido vernos a todos juntos otra vez. Comprobar lo bien amortizados que están los tres mil euros de silicona que se ha puesto Patri, hacer apuestas sobre cuanto le va a durar esta vez la novia a Luis y si por fin ha encontrado a una que sepa sumar, volver a bromear sobre el vídeo de Sonia que un exnovio colgó en internet mientras ella le hacía una mamada, reírme a carcajadas con los chistes que explican Fede y Leo sobre homosexuales y ver si Carla sigue fingiendo que es más feliz con Iván de lo que lo fue conmigo.
Carla y yo siempre tuvimos una relación tormentosa, de idas y venidas, con muchos gritos y muchos silencios, pero al fin y al cabo conseguimos ser felices así. Al final ella se cansó de mi falta de compromiso y de mi manera de entender la vida y yo me acabé arrepintiendo de querer siempre lo que no tengo y acabar teniendo lo que no quiero. Pasados unos meses me enteré que estaba con Iván y con su inseparable bote de gomina, no es que le tenga manía, es que es un gilipollas integral y a mi todo lo integral me hace cagar con regularidad, así que me he estado cagando en él desde entonces. Aunque en el fondo sepa que este montón de mierda es sólo culpa mía.
Cojo el casco de la moto y me aventuro a la calle. WELCOME, tengo que cambiar de felpudo… o de vida.



Continuará... con las siguientes cuatro palabras.


(texto ilustrado por Iñaki http://igorri.blogspot.com/)

martes, 9 de marzo de 2010

Para Erica, estas son sus cuatro palabras:

suspiro, aeropuerto, tormenta, escalofrío

Me llamo Lara. Me gustan las tormentas de verano y los colores fríos, en especial el azul. De pequeña quería ser profesora, pero he acabado opositando para administrativa en el ayuntamiento. Me encanta la galleta de los helados de cucurucho pero no soporto la carne roja. Soy la pequeña de tres hermanos pero siempre fui la mayor de mi clase, capricornio por excelencia. Suspiro demasiado y es algo que la gente no entiende y acostumbran a preguntarme qué me pasa. N-A-D-A. Prefiero la noche al día y creo que la cerveza fría debería ser considerada patrimonio de la humanidad.

Me llamo David. Me gustan las ciudades grandes y los libros de bolsillo. De pequeño quería ser mayor, ahora quisiera ser pequeño. Me encanta viajar en avión pero no soporto los aeropuertos. Soy hijo único y en mi casa siempre me tocaba a mi poner y quitar la mesa. No creo en los horóscopos pero siempre me ha hecho gracia leer cómo va a ser la semana para un aries como yo. Canto en la ducha y nunca he ido a un gimnasio. Prefiero el frío al calor y creo que la cerveza fría debería ser considerada patrimonio de la humanidad.

He conocido a un chico en un bar.

He conocido a una chica en un bar.

Se llama David. Vive en Barcelona y me ha dejado un libro de Benedetti que llevaba encima. Es un poco crío para la edad que tiene, pero me gusta su punto infantil. Acababa de llegar de Bangkok y después de hacer escala en cinco aeropuertos estaba en el bar intentando superar el jet lag. No tiene hermanos, o eso me ha dicho antes de llevarse cinco vasos en una mano hacia la barra. Es aries pero no lo parece, deberé preguntarle su ascendente. Tiene la voz grave y no le vendría mal algo de ejercicio para poner los hombros rectos. Sus manos estaban heladas. Me gusta.

Se llama Lara. Al salir del bar estaba lloviendo, se ha puesto a correr debajo de la lluvia y su camiseta azul ha quedado empapada. Trabaja cerca de Plaça Sant Jaume y me ha contado mil rincones del barrio gótico, desde la heladería Belgious hasta el restaurante vegetariano La Cerería. Tiene dos hermanos mayores, quizás por eso aparenta más edad de la que tiene. Se ha pasado la noche suspirando pero no me he atrevido a preguntarle si le pasaba algo. Parecía no querer acabar la noche nunca. Me gusta.

Lara tiene un escalofrío y piensa: “Tenemos mucho en común.”

David tiene un escalofrío y piensa: “ Tenemos mucho en común.”

martes, 2 de marzo de 2010

Para Santi, estas son sus cuatro palabras:


Tiritar, guante, pezones, mentira

Me gustan los números pares. Dos de cada seis veces que sueño, recuerdo lo que he soñado, miro mi correo cuatro veces al día y tardo en lavarme las manos veintiocho segundos exactos. El par siempre me ha acompañado. Nací el día cuatro del cuarto mes y toda mi vida he vivido en un octavo. Al principio no le daba importancia, luego me di cuenta que era una enfermedad, tengo imparifobia. Es una enfermedad muy atípica que, pese a lo gracioso de la gravedad, sólo sufrimos dos personas en el mundo.
Cuando descubrí lo que me pasaba, tenía catorce años. Siempre había sabido de mi debilidad por los pares pero jamás pensé que le ocurriese a nadie más. Era mi secreto. Empecé a leer sobre numerología e incluso me puse en contacto con un psicólogo por miedo a tener alguna especie de esquizofrenia. Estudió mi caso durante años, pero jamás encontró una explicación o una posible cura. Los síntomas eran claros, cada vez que un impar tenía contacto conmigo empezaba a tiritar y a tener sudores fríos. Si no lo solucionaba rápido me entraban náuseas e incluso alguna vez llegué a sufrir un ataque epiléptico. Decidí publicar mi caso en internet para ver si alguien me podía ayudar y fue entonces cuando conocí a Carolina.
Carolina es el caso dos, aunque siempre discutimos por quien de los dos es el segundo, evidentemente nunca hemos llevado bien eso de ganar. Ella tiene ocho pares de zapatos, le encantan los petit suisse y los documentales de animales que dan en la dos o en la cuatro. Al poco tiempo de publicar mi caso se puso en contacto conmigo, la casualidad quiso que viviera en mi misma ciudad, a dieciséis calles de mi casa. Nos enamoramos, nunca he sabido si condicionados por nuestra enfermedad, o el uno del otro, pero la cuestión es que hace más de diez años que vivimos juntos y nos hemos acostumbrado a nuestras rutinas haciendo más llevadero nuestro problema.
Cada mañana nos levantamos juntos, siempre en hora par, desayunamos y nos vamos a trabajar, no sin antes darnos cuatro besos y decirnos adiós dos veces. Yo trabajo en el Corte Inglés, en la planta de caballero sección de guantes. Allí nadie conoce mi problema, soy feliz vendiendo pares. Carolina en cambio trabaja de publicista, ¿os suena la oferta 2x1? Idea suya.
En casa todo funciona según un orden. En las comidas y en las cenas nunca hay primeros, en el lavabo siempre tenemos seis toallas y en el sofá tenemos ocho cojines para las cuatro plazas. Cuando hacemos el amor no podemos permitirnos el lujo de dejarnos llevar, todo está previamente hablado. Le pellizco los dos pezones, mientras ella me muerde las dos orejas, eso sí, siempre hacemos el amor dos veces seguidas y aprovechamos para cambiar el orden de las acciones y no caer en la monotonía. Los dos somos ateos, no es que no nos guste la religión, es que no podemos creer en un solo Dios.
Casi nadie sabe lo que nos pasa, estamos acostumbrados a la mentira como terapia para intentar hacer más fácil nuestra situación. Si alguien nos pregunta nuestra edad en año impar, mentimos; si alguien nos pide la hora por la calle en hora impar, pues ponemos acento canario y mentimos; incluso nos mentimos entre nosotros para poder seguir siendo felices y es que al fin y al cabo Carolina ha sido mi cura y yo he sido la suya. Quizás en el fondo, el miedo a lo impar no sea más que una excusa para no estar solos y lo que en realidad nos asuste sea vivir rodeado de pares siendo un impar.



(texto ilustrado por Chencho)

martes, 23 de febrero de 2010

Para Paula quien con una mirada es capaz de hacerme feliz, estas son sus cuatro palabras:



ruido - chiste - déjà vu - taquicardia

Tercer relato. Ahora toca sorprender. Quiero escribir algo diferente, algo que no haya hecho. Un relato único. Incomparable. Cada vez será más difícil y eso me gusta. Ayer soñé que no era capaz de usar las cuatro palabras y que esto no tenía sentido. Ríos de tinta azul corrían hacia mí y me ahogaba. Demonios cargados de falsas verdades, luces y sombras a cada paso.
Imagino un paisaje con colores en silencio. Arrastro los pies y noto los latidos en mi pecho. Rompo a correr. Una voz me llama a lo lejos. Intento alcanzarla antes de que la agonía acabe con esta extraña esperanza ¿Dónde estoy? Oculto tras mis sueños.
Calma. Huyo a refugiarme detrás del miedo. Inspecciono el pasado y me emociona mi presente. Siento como brota la alegría del vacío. Tiemblan los cimientos de la cordura y dan paso a la frágil estructura que maltrata al sentimiento. Estoy enamorado. ¿Dónde acaba el sueño y dónde empieza el cuento? ¿Estoy despierto cuándo vuelo? Jamás pensé que nadie podría hacerme sentir tanto. Ahora sé que estoy aquí por algo. ¿Ves tus cuatro palabras? Une las mayúsculas.


(texto ilustrado por Chencho)

domingo, 21 de febrero de 2010

Para David Pablo, estas son sus cuatro palabras:

Pies - pelota de ping pong - aliento – taxi

Son las siete de la mañana. Es curioso el poder que tiene una cama en relación con el tiempo, lo pronto y lo tarde que puede ser una hora dependiendo de ella, si en algo tengo fe es en que las máquinas del tiempo del futuro vendrán todas con almohada. En este caso es tarde, demasiado tarde para un martes cualquiera.
Llevo cuarenta minutos caminando por la calle, en esta maldita ciudad es imposible encontrar un taxi cuando lo necesitas. He perdido el móvil o me lo han robado, el caso es que no tengo forma de llamar a una emisora, si no me hubiese bebido los últimos diez euros ahora podría acercarme a una cabina y llamar… y llamarle a él.
Carlos hace dos meses que murió. Todavía no he dado de baja su móvil y cada vez que el dolor me vence le llamo para escuchar su voz en el contestador, a veces incluso le dejo algún mensaje, casi siempre borracha como ahora. Llevábamos suficiente como para aparecer como pareja en nuestros respectivos perfiles de Facebook, pero lo justo como para no haber cagado el uno delante del otro. Sólo le fui infiel una vez, con Mario, un chico alto y desaliñado con esa pose de yo no me arreglo pero se perfectamente que estos tejanos le van genial a esta camiseta de The Cure y que al final resultó ser un enfermo al que le gustaba meterse pelotas de ping pong por el culo mientras me lo follaba. Jamás le conté nada a Carlos y jamás volví a ver a Mario.
Carlos me quería y yo le quería a él, no de esa forma que se quiere en las películas ni en las canciones, nos queríamos en singular. Nunca fuimos nosotros ni nos prometimos una vida juntos, pero él me quitaba los miedos y yo le contagiaba las ganas. Nos sabíamos nuestros secretos, le dejaba tocarme los pies y veíamos series juntos. Yo no necesitaba nada más y él no echaba nada de menos. No te paras a pensar como sería tu vida si la persona que tienes a tu lado no volviera a estarlo jamás, si tus rutinas se convirtieran en pasado de la noche a la mañana. En el colegio deberían enseñarnos a saber perder y ganar porque no estamos preparados para entender que la razón no tiene explicaciones que darle al sentimiento cuando se rompe.
Empieza a llover. Estoy cerca de mi casa pero no voy a correr. La lluvia empapa mi ropa y el pelo se me pega a la cara, si no fuera por este aliento a ruso estepario diría que estoy siendo protagonista de una película de Isabel Coixet. Grito. Grito tanto que me duele el corazón, grito de rabia, de impotencia, le grito a él por haberse ido y haberme dejado aquí. Le grito al silencio que me rodea, a la soledad que me come los rincones y a la puta necesidad de sentirle a mi lado, de oler su piel, de volver a despertarme junto a él. Jamás volveré a matar a nadie.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Para Igna, estas son sus cuatro palabras:

Furibundo - Alma - Patilla – Calcetín


Salgo de casa. Mientras espero el ascensor juego a darle vueltas a mis llaves haciendo rodar la arandela en mi dedo índice. Look at the stars, look how they shine for you… empieza a sonar el aleatorio de mi mp3 y abro la puerta de la calle dirección a clase. Me encanta cuando llevo la música tan alta que consigo imaginar que lo que suena es la banda sonora de lo que pasa a mi alrededor y de esa forma mis pasos siguen de manera inconsciente el ritmo del compás y la gente con la que me cruzo es un reflejo de la letra que escucho. El tipo de las patillas a lo Elvis que veo, mañana si mañana también, hoy tiene un día melancólico. Tengo que renovar mi música o caeré en depresión.
Entro en el metro por los pelos. Parece que es mi día de suerte y por primera vez en este mes encuentro asiento libre. La ventana esta fría, me gusta apoyar la cabeza y notar la velocidad del vagón. Cada vez me cuesta menos aguantar la mirada a la gente, últimamente me divierto buscando caras de extraños en el cristal y retándoles a bajar la cabeza. Ella lleva tres paradas sin hacerlo.
Tiene el pelo corto, más corto que yo, de ese color que no es rubio pero que tampoco es castaño. Juraría que tiene los ojos azules, pero el reflejo no es lo suficientemente nítido, sí, tienen que ser azules. Por cuestiones del azar empieza a sonar Kamikazes enamorados y casi parece que ya no estoy en el metro. Empiezo a cantar la canción sin dejar de mirarla, moviendo los labios y pronunciando cada palabra sin emitir sonido alguno. De repente ella exhala vaho en la ventana y con la mano izquierda escribe en letras mayúsculas ALMA. El vaho desaparece lentamente y con él también lo hace lo que estoy seguro que es su nombre. El metro se detiene en Hospital Clínic y ella se levanta para salir fijando sus ojos en los míos por primera vez. No dudo ni en segundo en que quiere que la siga o tal vez es Loquillo quien al grito de Cuando fuimos los mejores me anima a ir detrás de ella. Oigo a un anciano increparme furibundo algo sobre los jóvenes de hoy en día y le pido disculpas por empujarle con las prisas.
Se monta en las escaleras mecánicas de espaldas y yo justo delante la sigo mirando fijamente. Ella acaricia su nuca y muerde su labio, yo me meto las manos en los bolsillos secando disimuladamente el sudor. –Sígueme- y eso pienso hacer. Salimos del metro y andamos un par de calles hacia abajo por Villarroel. Sin previo aviso entra en un portal y nos metemos en el ascensor. Al principio juega a mirarme por el espejo, aprieta el botón del quinto y en el primero se le ocurre besarme. Su lengua es dulce, como si hubiera comido chicle de fresa durante toda la vida. Abre la puerta y me empuja dentro de casa. A mano derecha hay una habitación que deduzco es la suya, sin encender la luz nos metemos en ella y a oscuras empieza a besarme otra vez, cosa que agradezco porque hoy llevo el calcetín roto y no quisiera echar a perder la mejor historia de mi vida por una estupidez. Se divierte con los botones de mi camisa, muerde mi oreja y me arranca un suspiro. Yo le respondo besándole el cuello y acariciando su cuerpo sin prisa pero sin pausa. Poco a poco el uno desviste al otro y su sonrisa me indica que está pensando lo mismo que yo, es entonces cuando me decido a hablar por primera vez, no puedo retenerlo y casi susurrando le digo: te quiero. Ella me mira como nunca antes me habían mirado y me dice: Son cien euros.

lunes, 15 de febrero de 2010

mis cuatro palabras

Hola a todos!

En este blog se publicarán relatos cortos escritos en parte por mi y en parte por vosotros. La idea es que vosotros me propongáis cuatro palabras y que a partir de ellas escriba un texto. Gracias y animaros!