miércoles, 17 de febrero de 2010

Para Igna, estas son sus cuatro palabras:

Furibundo - Alma - Patilla – Calcetín


Salgo de casa. Mientras espero el ascensor juego a darle vueltas a mis llaves haciendo rodar la arandela en mi dedo índice. Look at the stars, look how they shine for you… empieza a sonar el aleatorio de mi mp3 y abro la puerta de la calle dirección a clase. Me encanta cuando llevo la música tan alta que consigo imaginar que lo que suena es la banda sonora de lo que pasa a mi alrededor y de esa forma mis pasos siguen de manera inconsciente el ritmo del compás y la gente con la que me cruzo es un reflejo de la letra que escucho. El tipo de las patillas a lo Elvis que veo, mañana si mañana también, hoy tiene un día melancólico. Tengo que renovar mi música o caeré en depresión.
Entro en el metro por los pelos. Parece que es mi día de suerte y por primera vez en este mes encuentro asiento libre. La ventana esta fría, me gusta apoyar la cabeza y notar la velocidad del vagón. Cada vez me cuesta menos aguantar la mirada a la gente, últimamente me divierto buscando caras de extraños en el cristal y retándoles a bajar la cabeza. Ella lleva tres paradas sin hacerlo.
Tiene el pelo corto, más corto que yo, de ese color que no es rubio pero que tampoco es castaño. Juraría que tiene los ojos azules, pero el reflejo no es lo suficientemente nítido, sí, tienen que ser azules. Por cuestiones del azar empieza a sonar Kamikazes enamorados y casi parece que ya no estoy en el metro. Empiezo a cantar la canción sin dejar de mirarla, moviendo los labios y pronunciando cada palabra sin emitir sonido alguno. De repente ella exhala vaho en la ventana y con la mano izquierda escribe en letras mayúsculas ALMA. El vaho desaparece lentamente y con él también lo hace lo que estoy seguro que es su nombre. El metro se detiene en Hospital Clínic y ella se levanta para salir fijando sus ojos en los míos por primera vez. No dudo ni en segundo en que quiere que la siga o tal vez es Loquillo quien al grito de Cuando fuimos los mejores me anima a ir detrás de ella. Oigo a un anciano increparme furibundo algo sobre los jóvenes de hoy en día y le pido disculpas por empujarle con las prisas.
Se monta en las escaleras mecánicas de espaldas y yo justo delante la sigo mirando fijamente. Ella acaricia su nuca y muerde su labio, yo me meto las manos en los bolsillos secando disimuladamente el sudor. –Sígueme- y eso pienso hacer. Salimos del metro y andamos un par de calles hacia abajo por Villarroel. Sin previo aviso entra en un portal y nos metemos en el ascensor. Al principio juega a mirarme por el espejo, aprieta el botón del quinto y en el primero se le ocurre besarme. Su lengua es dulce, como si hubiera comido chicle de fresa durante toda la vida. Abre la puerta y me empuja dentro de casa. A mano derecha hay una habitación que deduzco es la suya, sin encender la luz nos metemos en ella y a oscuras empieza a besarme otra vez, cosa que agradezco porque hoy llevo el calcetín roto y no quisiera echar a perder la mejor historia de mi vida por una estupidez. Se divierte con los botones de mi camisa, muerde mi oreja y me arranca un suspiro. Yo le respondo besándole el cuello y acariciando su cuerpo sin prisa pero sin pausa. Poco a poco el uno desviste al otro y su sonrisa me indica que está pensando lo mismo que yo, es entonces cuando me decido a hablar por primera vez, no puedo retenerlo y casi susurrando le digo: te quiero. Ella me mira como nunca antes me habían mirado y me dice: Son cien euros.

1 comentario: